Los atentados en Francia y Bélgica y la guerra en Oriente Próximo reavivan el temor al yihadismo | Internacional

El ambiente en muchas aulas y salas de profesores de Francia, el último día antes de las habituales dos semanas de vacaciones de otoño, era sombrío. Una semana antes, el 13 de octubre, uno de los suyos, el profesor de francés Dominique Bernard, había sido asesinando a cuchillazos en su instituto, el Gambetta-Carnot de la ciudad norteña de Arras. El agresor se llamaba Mohamed Mogouchkov, era originario del Cáucaso ruso y había sido alumno del mismo instituto. “Siempre he conocido salas de profesores donde reinaba cierta ligereza, risas, y ahora se siente gravedad, o ausencia de ligereza”, dice Iannis Roder, veterano profesor de Historia y Geografía en el extrarradio norte de París. “Es como si algo pesase sobre los hombros de cada uno de nosotros.”

A muchos, como a Roder, el asesinato de Bernard les trajo inmediatamente recuerdos de la decapitación, tres años antes, de Samuel Paty, un profesor también de Historia y Geografía que había mostrado, en una clase sobre los límites de libertad de expresión, algunas de las famosas caricaturas de Mahoma en el semanario satírico Charlie Hebdo. Tres días después del asesinato en Arras, Abdesalem Lassoued, un tunecino de 45 años, mató a tiros a dos ciudadanos suecos en Bruselas, supuestamente para vengarse de la quema, en los pasados meses en Suecia, de ejemplares del Corán.

¿Vuelve el yihadismo? Coincidiendo con la escalada bélica en Oriente Próximo, y aunque no está claro el vínculo con estos últimos atentados, el temor a nuevos episodios recorre Europa.

“Existe un enorme riesgo de que aumente la amenaza terrorista relacionada con el conflicto”, ha dicho esta semana, en una entrevista en Bruselas con EL PAÍS y otros medios la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson. “Puede haber terroristas que vengan a la Unión Europea, pero el mayor riesgo es que la gente que está aquí, ya radicalizada, pueda cometer ataques”.

Los expertos cuestionan que pueda hablarse de una nueva ola terrorista en Europa. “Es demasiado pronto para hablar de un retorno de la marea alta del yihadismo”, responde en una conversación con un grupo de corresponsales el politólogo y arabista Hugo Micheron, profesor en la Escuela de Asuntos Internacional de París, en Sciences Po. “El grueso del movimiento yihadista europeo no ha entrado aún en acción. Con los últimos ataques, estamos ante individuos en los márgenes del movimiento.”

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Micheron acaba de publicar en francés La cólera y el olvido, una ambiciosa historia del yihadismo europeo. El ensayo describe cómo, en las últimas tres décadas, una ideología nacida en la cordillera del Hindu Kush se propagó hasta arrastrar en la década pasada a 6.000 europeos a combatir en Siria. Y explica cómo la violencia de raíz islamista en Europa ha vivido fases alternativas de expansión y repliegue, o, como lo llama él, “marea alta” y “marea baja”.

La marea alta es el momento de los atentados más mortíferos: los de mediados de los años noventa en Francia, mediados de la primera década del siglo en Madrid o Londres, o mediados de la década de 2010 en Francia, o en Alemania o España. Durante la marea baja, en cambio, el yihadismo parece vencido y en desbandada, pero, según Micheron, sería un error pensar que la amenaza ha desaparecido. Simplemente, dice, su prioridad ya no es desestabilizar las sociedades enemigas, sino el rearme ideológico con ataques puntuales, pero ya no organizados a gran escala.

Imagen de la furgoneta del atentado ocurrido en 2017 en las Ramblas de Barcelona. Quique García ((EPA) EFE)

“Incluso en el periodo de marea baja tenemos a centenares de simpatizantes yihadistas europeos capaces de responder a llamamientos lanzados por Daesh [Estado Islámico], Al Qaeda o ahora por Hamás, y vemos pasajes al acto muy graves, lo que es una especificidad de la situación actual”, dice Micheron. “Esto un signo de la dinámica yihadista en Europa, de su fuerza más que su debilidad”.

¿Y después? “Hay dos maneras de verlo”, responde. “Una es que las mareas altas y bajas son bastante regulares y cada vez hay un pico en medio de la década. Con este esquema, corremos el riesgo de tener un pico a mitad de los años 2020 con una campaña de terror que puede ser intensa. Y por eso hay que estar extremadamente atentos ante el potencial de inflamación de la crisis de Oriente Próximo. La otra manera de verlo es considerar que los grupos yihadistas no tienen por ahora las mismas capacidades operativas que Daesh y que seguiremos con atentados aquí y allá sin que el movimiento yihadista logre organizarse y coordinarse para golpear”.

Olivier Roy, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y autor, entre otros, de La yihad y la muerte, afirma: “Hamás no hará terrorismo en Europa. Nunca lo han hecho. Ellos son territoriales. Lo suyo es la reconquista de Palestina, punto. Los que hicieron atentados en territorio europeo, en los años setenta y ochenta, fueron la izquierda palestina”. Pero matiza: “Irán sí ha hecho atentados en Europa. Que se lance en esto me extrañaría, pero todo es posible. Lo más verosímil es que haya individuos como los que actúan desde 2016 que se revelen como vengadores de Gaza”.

El perfil de estos “vengadores” encajaría con el de los atentados recientes, perpetrados por tipos “relativamente aislados”, “flotantes”, “sin anclaje”, en palabras de Roy. “No hay retorno [del yihadismo], sino una continuidad”, dice el especialista, crítico con la teoría de Micheron de las mareas alta y baja: “La marea implica una regularidad, pero no hay absolutamente nada que permita decir que hay una regularidad en el retorno de la ola terrorista”.

“Los atentados”, añade en todo caso, “son menos espectaculares porque la derrota de Daesh ahogó considerablemente las redes logísticas. Y, sobre todo, los atentados entre 1995 y 2015 los cometieron, esencialmente, miembros de la segunda generación [de la inmigración]. Resulta que ahora estos tienen 40 años y los de la tercera generación, los nietos de los inmigrantes, no participan del terrorismo.” El caso de los terroristas procedentes de Chechenia, como el joven que decapitó a Paty, o Ingusetia, como el que acuchilló al profesor Bernard, es distinto. Ellos sí pertenecen a la segunda generación, donde hay jóvenes desarraigados y solitarios más propicios a pasar a la acción.

El terrorista de Arras había declarado, en una grabación, su “odio a Francia, a los franceses, a la democracia”. Según el periódico Le Monde, Mogouchkov decía: “Estuve en vuestras escuelas años y años, vivía durante años y años entre vosotros, me habéis enseñado lo que es la democracia y los derechos humanos, me habéis empujado hacia el infierno”.

De nuevo, la escuela. “Los profesores toman conciencia de que son objetivos potenciales”, dice Iannis Roder, que además de profesor en el extrarradio norte de París dirige el Observatorio de la Educación de la fundación Jean Jaurès. El asesinato de Paty supuso “un choque”, según este docente. El de Bernard es una confirmación. Ya sabían que podía volver a ocurrir. Por eso ahora “el choque es menor, pero la inquietud es más profunda”. Explica Roder que algunos colegas podían decir que Paty fue decapitado por un motivo, por muy perverso que fuese: mostrar las caricaturas de Mahoma; en el caso de Bertrand, fue acuchillado por ser lo que era. Un profesor.

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